Sedientos del Dios vivo
PARA TRATAR CON JESÚS DE EL (Se compone de seis meditaciones)
1ª.- CONCEBIDO POR UNA MUJER
No era más que eso: una mujer. Casi una niña. Aldeana, sencilla, de Nazaret. En silencio, recogida, abriga en su seno la obra misteriosa del Espíritu Santo. Y luego: una cueva que hacia de establo de animales en los alrededores de Belén, y un pimpollo de carne que tirita encima de unas pajas. Ya vive Dios entre nosotros.
¿Quién como Dios?, había gritado la espada de los ángeles arrojando a los rebeldes. El Omnipotente, el Señor de los espacios infinitos, tan distante, tan temible. El que nos envuelve, nos traspasa y nos mantiene en todo lo que somos de vida y de ser, el Omnipresente. El que jamás ojo humano pudo ver, el intangible. El infinito, absolutamente otro, y trascendente.
Tú, Señor, el que eres en grado infinito todo lo bueno y bello que nosotros podemos pensar.
El único que propiamente eres, -los demás no somos sino por Ti-. Tú el ser a se, te dignaste hablar con los hombres de la tierra, y prometerles su salvación. Hiciste una alianza con ellos en medio de una zarza. Y luego, cuando la noche estaba en la mitad de su carrera, tu Verbo – DIOS- se hizo hombre.
Dios ya es hombre sin dejar de ser Dios, y el hombre es Dios sin dejar de ser hombre. Ya vive Dios en medio de nosotros los hombres.
Yo debo acercarme temblando de respeto a esa cueva solitaria, y procurar captar, sentir y contemplar, la sublimidad del misterio. La Virgen de rodillas, adorando en contemplación profundísima, podría repetir en su interior: DIOS DE DIOS, LUZ DE LUZ,.... DE LA MISMA SUSTANCIA QUE EL PADRE, POR QUIEN HAN SIDO HECHAS TODAS LAS COSAS. POR NOSOTROS LOS HOMBRES Y POR NUESTRA SALVACIÓN, HA BAJADO DEL CIELO,....POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO, Y SE HA HECHO HOMBRE,..... “Y LO TENGO ENTRE MIS MANOS”. El hombre ya puede estar cerca de Dios, conversar con El, y hasta besarle. El hombre ya puede ser como Dios. Ya empieza a serlo en Cristo. Y la Gracia que Cristo nos trae, nos hace participar de la misma naturaleza divina, ser como Dios de alguna manera.
Señora, que supiste penetrar las riquezas que nos diste en Cristo, acércame al buen Dios, que ya está entre nosotros. Haz que me olvide siquiera estos instantes, del ruido, el barullo y las preocupaciones; que yo sepa llenar ese vacío que no sacian el saber, la diversión, el deporte, ni las pasiones, ni los libros,... la sed que siento del DIOS VIVO.
Señora, que yo sepa agradecer, adorar, y obrar en consecuencia. Que yo aprenda en adelante a amar a mis hermanos los hombres, que ya son también hermanos del Dios vivo.
2ª.- YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
Todos queremos encontrar nuestro camino. Ese que nos va bien y no lo cambiaremos por ningún otro. Por el que se desarrollan con gozo y armonía todas nuestras valencias. Decimos : ¡Este es mi camino! Pero todos nuestros caminos personales han de pasar por Cristo. Cristo es la encrucijada de las vidas. Más tarde o más temprano nos encontramos con El. Y entonces....... Si le sigues, no andas en tinieblas.
Jesucristo es “EL CAMINO”. La carga en El se hace suave con la ayuda de su Amor y de su Gracia. Pero es camino estrecho; frente al ancho y espacioso, por donde caminan muchos, que lleva a la perdición.
Tú estás desorientado en esta vida. Entre selvas y desiertos. Porque eso es el mundo: abundancia y penuria, gozo y tristeza, barullo y soledad...... Sea como sea, Cristo se te coloca enfrente y te dice: “YO SOY EL CAMINO”.
Ya sabes por donde puedes caminar seguro. No tengas miedo de equivocarte, porque Yo también “soy la verdad”. Todo lo demás son apariencias. En el fondo, lo único que queda es Dios en todo, y Yo soy Dios. Su misma palabra que da el ser a las cosas y las hace lo que en realidad son. ¡Cuántas veces has deseado dominar, penetrar los secretos de las cosas a través de todas las cubiertas engañosas! No te molestas más: “YO SOY LA VERDAD”
Tú quieres vivir una vida llena. Pero una vida que no se acabe. Te angustia la finitud de la existencia humana. Oye bien “YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”, “EL QUE CREE EN MI TIENE VIDA ETERNA”.
¿Puede haber algún hombre en el mundo que se atreva a hacer de sí semejante afirmación? Fuera de un loco o un fanático nadie sería capaz, ni lo ha sido de hecho jamás. Pero Jesús lo dice de Sí serenamente, sin presunción. ¿Quién más equilibrado, sano y prudente que Jesús? Lee su vida y lo verás.
Sencillo, pacífico, sereno, partícipe en la alegría y el descanso de los hombres; resiste largas jornadas a pie, aguanta la persecución, se opone a la exageración de sus discípulos y a la ambición de la turba, al minimismo de los fariseos y a la conciencia ancha de los vendedores del templo; no busca gloria para Sí; domina los elementos, los acontecimientos, y los hombres; penetra las intenciones, comprende, perdona. No cabe duda, Jesús no es un fanático ni un loco. Jesús no se engañó, ni quiso engañarnos. El es el camino, la verdad y la vida que nosotros tenemos que aprender a vivir.
Señora y Madre nuestra, que tienes en tus manos la gracia del camino y la verdad. Hazla llegar a nosotros, que tanto la necesitamos. Danos llegar a Jesús.
Sin camino no se anda, sin verdad no se conoce, y sin vida no se vive. Y Jesús es el camino verdadero, la verdad infalible, la vida que no se acaba. Gracias, Jesús. Haznos sentir profundamente el gozo de tenerte a Ti, como Tú eres, con la seguridad de que ha creído en tu palabra: TU ERES EL CAMINO. LA VERDAD Y LA VIDA NUESTRA. Gracias.
3ª.- PASÓ HACIENDO EL BIEN
Tú pasaste haciendo el bien. Es este el aspecto más exterior de tu historia en el Evangelio. Pero por ser el que más fácilmente captamos, no es menos digno de ser meditado profundamente.
Cuando quisiste dar a los hombres una respuesta sensible, plástica, por la que pudieran conocer se eras el Mesías, les diste ésa tan fácil, diseñada ya por Isaías profeta: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados....”
En verdad, pasaste haciendo el bien. A eso te llevaba tú espíritu: “A evangelizar a los pobres, a sanar los corazones arrepentidos, a predicar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos..... a predicar el año aceptable al Señor, y el día de la retribución.”
Era lo que debían sentir aquellas mujeres que colocaban a sus hijos sobre tus rodillas para que los bendijeras. Y aquel ciego que, al saber que pasabas cerca, comenzó a gritar lleno de fe: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Eras Tú, a quien seguía la multitud, el rabí bueno de Nazaret, que pasaba haciendo el bien.
Pero hay un bien que ellos no percibían tanto, y es más importante: ir sembrando el perdón en las almas oprimidas por sus pecados, la esperanza, la oración sincera, la confianza para emprender la nueva vida. Y era, sobre todo tu palabra ---; y tu propia vida sembrada en los surcos abiertos por tus enemigos; y el riego fecundo de tu sangre en vistas a la nueva y eterna cosecha.
Pasaste haciendo el bien, y aún perdura tu eficacia bienhechora. No hay quien se acerque a tu recuerdo o a tu persona, --- en el Evangelio o en la Eucaristía--, que no sienta su alma arrastrada a seguir tus pisadas, mejorando su proceder entre los hombres.
¿Podría resumirse mi vida como la tuya: pasó haciendo el bien? Eso es salir del propio egoísmo, y ¡nos cuesta tanto! Por eso hacemos tanto mal: sembramos el odio, las amarguras, las espinas del menosprecio, la incitación al pecado, el mal ejemplo.......
Señor, aún estoy en esperanza. Hoy tengo en peso mi vida, contemplando cercano lo que puedo hacer de ella. Jesús de Nazaret, la estela luminosa de tu vida, es alegría y esfuerzo para todo cristiano. Tú puedes hacer --- y eso es lo que quieres --- un corazón limpio y una vida llena en esta criaturilla concebida en pecado. Tú puedes hacer de nuestra vida un río que pase fecundando de bien todas sus riberas, todos los palmos de su caminar a Ti. Este río que ha sembrado tanto cieno.
Se guardarán en el Corazón de nuestra Madre, la imagen bienhechora de Jesús y la imagen de nuestra vida bienhechora. He de confrontarlas en los momentos anodinos de mi existencia, en los del desaliento y el olvido, para reavivar en mí el aliento que ahora siento el calor de su presencia. ¿Por qué no será así, Señora?
Madre, en las horas más tristes de nuestra vida recuérdanos esa imagen que tú Corazón conserva.
4ª.- SU SUDOR SE CONVIRTIÓ EN GOTAS DE SANGRE QUE CORRÍAN HASTA LA TIERRA
Te hiciste como uno de nosotros. Quisiste experimentar el hambre, el frío, el sudor, el cansancio..... Todo lo que nuestro pecado mereció, como si Tú mismo te hubieras hecho pecado. Pero hay un momento en que tu debilidad se extrema. Llegas a entrar en agonía sin haber recibido un solo golpe, ni dar síntomas de ninguna enfermedad. Tristeza, tedio, abandono..... ¿qué abismos misteriosos de pena se abrieron en tu Corazón? ¡Qué inmenso debe ser el peso de nuestros pecados sobre tus espaldas inocentes!
Calibrabas hasta la última micra la malicia de nuestro pecado, la vergüenza infinita que aceptamos cuando lo abrazamos, las consecuencias terribles que cargabas. ¡Aquellos incontables hombres--- hormiguillas ---- que blasfemaban como demonios, saltando infernales sobre la presa del Hijo de Dios! ¡Tantos en la perspectiva de los siglos que no querrían aprovecharse de tu amor ni de tu sangre! La injuria contra la honra de tu Padre. Era un peso infinito para Ti. La pasión se anticipó a penetrar hasta el fondo de tu Corazón.
Tú sabes que hay momentos en que nuestra pasión no es tanto de nuestros huesos cuanto del corazón. Son las tormentas que, como un negro manchón de nubes, vienen sobre mí y pretenden anegarme. Tú lo sabes, Señor, mejor que yo. Y he de gritar como San Pedro: “”Sálvanos, Señor, que perecemos””.
Ese momento en que el corazón impetuosos, encariñado con lo que no le está permitido salta ansioso, y hay que decirle que no y cortar sin compasión. Otras veces es que quisiera volar antes de tiempo, o llegar a lo que sus fuerzas no alcancen,.... ¡Hágase tu voluntad, y no la mía!
Tú nos conoces bien. Nuestra imaginación joven amontona peligros, temores, se desboca en fantasmas, finge razones, turba la mente, y deja como pasmada la voluntad. No podríamos dar esos pasos decisivos, necesarios, sin tu ejemplo y tu presencia alentadora a nuestro lado.
Son crisis de la edad, o de las circunstancias que se conjuran. Angustiosos abismos de la existencia humana. En esos instantes de mi vida no me falte, Jesús, el recuerdo de Getsemaní. Que te sienta cercano, junto a mí, como amigo que queda cuando todos los demás ya no me comprenden. Verte a Ti, sentirte a Ti, avanzar a través de las angustias más terribles que cabe en corazón humano: mi corazón tendrá que conmoverse, resignarse, y acabará por saltar alegre hacia tu gran llamada.
Una y otra vez, salido de lo más íntimo del alma, podré repetirte: hágase tu voluntad, Señor, y no la mía, lo que Tú quieres y no lo que yo.
¡Noches terribles de Getsemaní!, ¡jamás venceréis a mi alma mientras conserve la fe y confianza en Jesús!
Señora, tú no estuviste presente en el huerto; pero yo estoy convencido de que oculta, en silencio, velabas la agonía de Jesús. En todas las tragedias de mi vida, haz que me acompañe la certeza de tu corazón en vela, aunque mis ojos no puedan verte presente.
5ª.- ME AMO Y SE ENTREGO A LA MUERTE POR MI
Esto es verdad. La Iglesia depositaria del mensaje de Cristo, autorizada por El para comunicarlo con el don de la infalibilidad, cree y admite que yo puedo aplicarme esa frase aquí y ahora, a solas, en intimidad con Cristo, como si no hubiera nadie más en el mundo. Me amó, Jesucristo: el Verbo de Dios hecho hombre. A mí: (en este momento puedes poner tu nombre y tus apellidos; solo el tuyo). Y se entregó, ¡A la muerte!..... Por mí.
Lo que pasa es que no lo he pensado nunca en serio. Así, en concreto, aplicándomelo a mí. Viéndolo a El en Cruz y a mí.........
San Pablo lo pensó, y luego: persecuciones, dolores, prisiones, naufragios, todo lo que nos cuenta en su carta segunda a los Corintios, todo lo parecía poco con tal de padecerlo por Cristo. Le acuciaba el amor de Cristo, que lo había de demostrar extendiendo su gloria, llevando su salvación a todas las gentes.
¿No crees que el que tiene corazón y sangre en sus venas no puede consentir que otro dé la vida por él sin pagarle, en cuanto pueda, en la misma moneda? Ante Cristo crucificado y muerto por ti, deja hablar a tú corazón.
Ni vida, mis fuerzas, mi inteligencia, mi carácter, mis respetos humanos vencidos, por Ti. Todo mi ser por Ti. Así tenía que haber sido. Y, sin embargo, te pago con esa cobardía, y esa traición, y ese mal gusto.... ¡Qué pena te he agradecido! ¿Qué he hecho por Ti?
¡Señor! Yo tengo corazón. Aquí lo tienes. Graba a fuego en él tu muerte por mí. Que me queme. Que pueda en mí ese fuego más que el otro que me lleva a traicionarte. Tú lo has hecho así con otros, y lo puedes hacer conmigo también.
Aquí estoy. Que me cuesta cortar ésa y esa ocasión. Corta ya. Yo te llevo la mano. Aunque duela. Porque duele precisamente. Con algo tango que pagarte. Y ahora, Señor, ¿qué debo hacer por Ti?
Esta meditación debe ser central en tu vida. No tengas reparo en repetirla, en volver una y otra vez sobre ella. De esas tres preguntas bien respondidas: ¿QUÉ HA HECHO CRISTO POR MI? - ¿QUÉ HE HECHO YO POR CRISTO? - ¿QUÉ DEBO HACER YO POR CRISTO? Puedes sacar nuevas fuerzas espirituales todos los días de tu vida. Y deja hablar al corazón como te he aconsejado. Sé sincero contigo y con Cristo, siquiera una vez, totalmente sincero.
Las respuesta a esas tres preguntas las puedes dar como aquí va sugiriendo o de otra manera. Como más devoción te dé. Cuanto mas personal y sinceramente trates con el Señor, mejor. Procura tener siempre con El: humildad sin engaños, respeto profundo, y sin embargo sencillez y confianza de niño. Procura saludarle al presentarte a El. Pídele luz y gracia para el rato que vas a pasar meditando, y nunca te retires sin darle las gracias por el rato que te ha concedido hablar con El y pedirle fuerzas para cumplir los buenos propósitos que te ha hecho concebir).
6ª.- LA MUERTE YA NO PODRÁ NADA CONTRA EL
Resucitó, como lo había predicho. Y se apareció a muy diversas personas, por separado, y reunidas, en sitios muy distintos. Habló con sus discípulos de paz y de Iglesia, de los poderes espirituales que les otorgaba. Y les dijo que recibirían el Espíritu, porque ellos serían sus testigos ante todas las gentes.
Jesús ya no muere. Vive, y se ha subido al Cielo a la diestra del Padre, a prepararnos nuestra morada. Los Apóstoles dejaron testimonio de estas verdades con su vida y su sangre en regiones de la tierra muy distantes entre sí.
El que siga paso a paso la vida de Jesús, no podrá menos de alegrarse en este momento de su triunfo tan merecido. La vida de Jesús arrastra a todos los hombres de buena voluntad. Pero, para el creyente, la victoria de Jesús implica y supera el triunfo propio. Cristo ha vencido a la muerte, y en El la hemos vencido nosotros también. El es la Cabeza, del Cuerpo total, cuyos miembros somos nosotros. El nos ha hecho la promesa de que también venceremos con un triunfo sobre la muerte, si le seguimos a El. Resucitar con Cristo. ¡Qué ideal más digno de todas las aspiraciones humanas!.
He de pensar serenamente en este misterio central del cristianismo, asentar firmemente mi fe en El, sacar las debidas conclusiones.
Resucitar con Cristo será dominar la muerte, el Infierno y a todos los enemigos. Ya no podrán nada contra nosotros. Habrá quedado dominada para siempre mi cobardía, mi inconstancia, mi debilidad.
Resucitar con Cristo es pasar a la vida que no se acaba, feliz con Dios. ¡No hay nadie que tenga más derecho a estar alegre que el cristiano por el triunfo de Cristo, en su esperanza!
Señora, tú sabes que a esa resurrección definitiva nuestra ha de preceder ésta de aquí, en el tiempo, la que me haga buscar las cosas que son de arriba, y no las de la tierra. Haz, Señora, que me acuerde de Jesús resucitado para animarme a hacerla. ¡Arriba! Allí está Cristo esperándome.
Si mi corazón sigue pegado a su egoísmo y a sus gustos bajos. Si todavía concedo a las cosas de aquí el valor que no tienen. Si vivo inquieto por ellas, es que no he resucitado con Cristo. No puedo cantar victoria. Jesús debe resucitar en mí.
Jesús resucitado, alegría nuestra, Tú que dejaste un último recuerdo de amor, de paz y de Iglesia, pacifica mi alma, hazla resucitar para que se una a los méritos de tú Iglesia viviente y santa, hazla amar y alegrarse, animarse con tú consuelo para que pueda seguirte en tú resurrección, también en el último día.
CAPITULO 2º.- DE SUS PALABRAS DE VIDA
1ª.- BUENA NUEVA PARA TODA CRIATURA
El Evangelio siempre es buena nueva. Siempre es buena nueva, pues siempre es bueno y es nuevo. Y en la Iglesia fundad por Cristo siempre sigue resonando el eco del Evangelio.
Jesús prometió asistencia perpetua a su Iglesia. Su buena nueva, por eso, no sólo llena las amplias bóvedas de los templos, las plazas o los recintos cerrados,....; se muestra también encarnada, hecha vida humana y ejemplo en los santos de todos los tiempos. Porque hay santos en todos los tiempos, en cualquier país del mundo, de todas las edades, religiosos, sacerdotes, seglares, obispos, simples fieles, ancianos, hombres mayores, niños, Quizás ése con quién yo me cruzo todos los días y que puede ser que se haya llevado mi desprecio. Al fin y al cabo santos no son sino ésos que tocados por la Gracia se convencieron de verdad del Amor de Cristo y dejaron que sus vidas se transformaran según su buena nueva.
Dicen algunos que María, la pecadora, estaría entre la multitud que escuchaba a Jesús, sentada en la ladera del monte. El Maestro abrió sus labios y dijo: “BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE VERÁN A DIOS”. Se sintió tan sucia, tan tapiados sus ojos para ver a Dios, que su espíritu se abrió al espectáculo maravillosos de un corazón limpio, de una lama pura, y.... en adelante regó con su llanto de arrepentida los pies del Señor, siguió sus pisadas, y.... fue Santa María Magdalena.
El espíritu del Señor sigue tocando las almas a través de las palabras santas. Jesús, en el silencio del sagrario o en la soledad de la comunión, sigue detectando por dentro su programa. El mundo sigue aborreciendo el yugo suave de Jesús, la cruz gozosa y nueva de su doctrina. Y nosotros, en el mundo, sentimos que nos viene como nueva y por estrenar la buena nueva vieja y eterna de Jesús, la que tantos, que se convencieron de veras de su amor, vivieron sin recortes.
Señor, yo me he convencido que me has amado y has dado la vida por mí. Ahora es preciso que cuando vengo a meditar las palabras de tú Evangelio, ahogue siempre por un momento todo reclamo de la carne, del yo egoísta y comodón.
Necesito poner el alma en la tensión del que va a escuchar sencillamente al Verbo de Dios. Y a Dios no se le hacen distingos ni recortes. Al Verbo de Dios hay que decir amén con reverencia y fe ciega. Así le damos el honor y gloria que se merece. Como Francisco de Asís escuchó: “BIENAVENTURADOS LOS POBRES, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”. O como recibiría el alma de Ignacio de Loyola aquel: “FUEGO HE VENIDO A TRAER SOBRE LA TIERRA, Y QUE HE DE QUERER SINO QUE ARDA”.
¡Señor Jesús! Que no temamos la palabra de tu buena nueva, aunque nos avergüence y a veces nos escueza. Que este raer el alma es bueno, porque nos limpia y nos dejará sentir como bálsamo el premio de tu mirada.
2ª.- FELICES VOSOTROS LOS POBRES, PORQUE VUESTRO ES EL REINO DE DIOS (Lc 6, 20)
La primera palabra que salió de tus labios, cuando te pusiste a darnos un compendio de tu mensaje. Con ella sola quedaba ya bien definida tu postura. Ya se ve que habías de se escándalo para los judíos, y como un loco para los gentiles.
Pero ellos no contaban con tantas pruebas de tu divinidad, o con el ejemplo patente de tú vida, y la dichosa locura de los santos que te han seguido a lo largo de la historia. Con tantos testimonios concretos de la autenticidad de tu buena nueva. Lo peor es que, nosotros, que contamos con todos estos medios, todavía seguimos sin creer prácticamente en su verdad; porque yo llamo creer prácticamente, a fiarse de que eso es así, a entregar la vida prácticamente a ese camino, porque se está convencido de que son felices los pobres como Tú lo dices.
De hecho, qué pocos son los que dejan su afición al dinero, qué pocos dejan de ambicionarlo, cuán pocos renuncian a él. Yo me pongo a pensar, y veo que el dinero me materializa, que me atasca muchas veces en el placer de los sentidos, que me hace creer que soy un diosecillo al que se deben inclinar todos los que en realidad son mis hermanos. ¡Cuántas inquietudes me trae, cómo me alta a las cosas de este mundo, de las que hago mi tesoro!
Y, sin embargo, Jesús, Tú dices que debemos procurar nuestro tesoro en el Cielo, donde no lo roban los ladrones, ni hay peligro de que la polilla lo pueda roer. Donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón. Felices los pobres porque su tesoro es el Reino de Dios.
Felices, que han roto las ataduras que los ligaban a la tierra porque saben que su destino es el Cielo, y que todo esto pasará. ¡Qué libre era el alma del pobrecillo de Asís! ¡Qué libre el alma de Jesús de Nazaret! Entonces se puede cantar al hermano lobo, y al hermano sol, y a la hermana agua, y sentir la perfecta alegría. Y escuchar la voz armoniosa que todas las florecillas de la creación transmiten de su Dios.
¡Jesús de Nazaret! Hoy quiero darte gracias por tu pobreza, Tú que no tenías donde reclinar la cabeza, has lanzado a los pechos humanos la confianza en el Padre de toda bondad. Gracias, Jesús, por aquella palabra feliz, que hoy quisiera reproducir en mi oído, tal como brotó en a montaña virgen de tus labios: “MIRAD LOS LIRIOS DEL CAMPO COMO CRECEN: NO TRABAJAN, NI TEJEN. PERO OS DIGO QUE NI SALOMÓN EN TODA SU GLORIA SE VISTIÓ COMO UNO DE ESTOS.....: ¿CUANTO MAS A VOSOTROS HOMBRES DE POCA FE?” – “NO OS INQUIETÉIS DICIENDO: ¿QUÉ COMEREMOS, O QUE BEBEREMOS, O CON QUE NOS CUBRIREMOS?.... SABE MUY BIEN VUESTRO PADRE, QUE NECESITÁIS TODAS ESTAS COSAS. BUSCAD ANTE TODO EL REINO DE DIOS.......” (Mt 6, 28-33)
Virgencita de Nazaret, ¿no cuidaste tú lirios? ¿No escuchaste nuca es palabra de Jesús? ¡Qué gozosa vivías con lo necesario para cada día! ¡Qué secreta alegría entre las estrecheces económicas de la esposa de un pobre carpintero! (Las que nos hacen pedir al Padre el pan de cada día).
¡Señora! Enséñanos el arte de no ambicionar, de ser desprendidos, de no querer amontonar, porque nuestro tesoro sea el que guarda el Corazón de nuestro Padre celestial. Que a la hora de mi muerte me halle como Cristo, desnudo de todo, para que desatado pueda contar alegremente al Criador de todo lo que es bello y lo que es bueno. Y, entretanto, que no nos avergüencen la pajas de Belén, ni las virutas y el barro de Nazaret. Que nos guste el aire de familia. Sin el descanso asegurado, como nuestro hermano mayor. Como Jesús, con el alma sin prisiones. Así sea.
3ª.- FELICES LOS MANSOS, PORQUE ELLOS POSEERAN LA TIERRA (Mt 5, 4)
Mansedumbre. Ser dulce y suave; es saber esperar. Es no ofuscarse con la nube oscura que levanta la molestia del momento. Es saber emplazar los acontecimientos a la luz de la eternidad y de la Providencia.
La prisa y la impaciencia es lo natural, lo propio del que siente que el tiempo se le pasa, y con él la ocasión de conseguir lo que desea. Tú en cambio, Señor, miras las cosas desde la eternidad del Padre, y sabes que todo tiene su tiempo. A nosotros nos falta dominio de la situación total, y por eso nos apresuramos y desconfiamos. Pero el Padre cuenta con todos los hilo, El tiene providencia hasta con un cabello de nuestra cabeza.
(Hoy conviene que adores, con un acto de profunda reverencia la infinita presencia del Señor a todas las cosas y acontecimientos, su inagotable espera. Y sentirle como dueño y señor, como el que posee la tierra).
¡Qué bien reflejabas, Señor, tu procedencia! ¡Ese sublime dominio que cernía sobre la tierra la mansedumbre de tu mirada, tu infinita paciencia! En verdad los mansos poseerán la tierra. Tú no rompes la caña cascada, ni apagas la mecha que aún humea. ¡Qué maravillosos ejemplo nos diste con tu paciencia! Hasta aquel día en que pareciste perderla, cuando arrojabas con un látigo a los profanadores de la casa del Padre y derribabas sus mesas, lo hiciste sin impaciencia, con ese dominio inconfundible tuyo.
Y yo siento muchas veces que una ola me sube, y me incendia, y me hace explotar, por cualquier nadería. Gritos, mirada torva, golpes, violencias. Y todo por un gusto o un capricho que no se ha cumplido. A veces mis propias faltas y deficiencias. No sufro verme ignorante, impotente, fracasado, vencido, porque no me humillo a reconocerte el único santo, indefectible, todopoderoso, y a estar siempre pendiente de tu misericordia, de tu poder, de tu Providencia. Quisiera llegar enseguida al fin; y es mejor, paso a paso, cogidos de tu mano.
¡Qué poco aguanto las impertinencias, los defectos de mis hermanos, y aún sin pareces que se encuentre frente al mío! Me domina la tierra, la prisa, la impaciencia, ¡Y aunque fuera una ofensa más grave y un trago más duro! Todo, en el fondo, falta de confianza en tu eternidad y an tu Providencia.
Madre de Jesús, que aprendiste tan de cerca el encanto de la mirada, la sonrisa, y el trato dulcemente paciente del Señor, consigue para nuestra mirada, para nuestra sonrisa, en nuestro trato de hombres frágiles, ese fondo infinito que nos hace parecernos a El.
Es bello seguir al Señor en mansedumbre, con la dulzura eterna del que espera.
(No olvides que en la meditación de estas líneas de cada capítulo debes detenerte donde quiera que encuentres luz, o esfuerzo para tu vida; aplícatelas y saca consecuencias. Deja tamnbien que tu alma se sacie en las frases en que encuentres consuelo, gozo espiritual, entrada con el Señor. Recuerda el consejo de San Ignacio: “No el mucho saber harta y satisface el alma; sino el sentir y gustar de las cosas internamente).
(Te ayudará, a veces, repetir aquellas frases o pasajes donde encontraste más devoción).
4ª.- FELICES LOS QUE LLORAN........ (Mt 5, 5)
Repítelo, Señor. Dímelo una y otra vez, con tu voz serena, serena, segura de sí misma. Que lo necesitamos. Es preciso tu poder divino, tu palabra de cielo. Así, con la fe en Ti, con la fuerza divina de tú lenguaje, sí. El alma llega a trascenderse a sí misma, y en la luz sobrenatural puede encontrarse con tu verdad. Se necesita mirar como desde arriba esta vida de continua búsqueda del placer, de inacabable afán y de trabajo por llegar a poseer más y a gozar más. Todo cómo si un techo sin fin recluyera en la tierra nuestra mirada. ¡Qué opresión debajo de estas tejas! Y al fin, para de nuevo dar de bruces en el tedio, la amargura, el vacío interior, el desengaño, y la insaciable angustia. ¡Que vea, Señor, que vea! Y mis hermanos también. Ya me voy sintiendo más unido a ellos. A la verdad, todos somos para Ti pequeñas lucecillas destinadas a mostrar en nuestro brillo la bondad de tu Corazón. Venga a nosotros tu luz. La que sintió en sí el que sólo pedía por recompensa de sus trabajos “padecer y ser despreciado por Ti”. “Felices los que lloran”. Y, en cambio, los hombres, avaros del placer del momento, no nos damos cuenta que no es el darse gusto lo que colma la inclinación innata más honda. No somos bestias, ni siquiera se nos ha dejado en las simples apetencias racionales. Sentimos un deseo más ancho, más hondo. Nuestra tensión va hacia lo que no se acaba, lo eterno, lo infinito. En Ti solo descansamos, porque nos has hecho para Ti. Levantados a la vida sobrenatural, no nos contentamos con menos de verte a Ti y gozarte tal cual eres. ¡Qué fácilmente nos degradan y nos hacen renunciar a esta meta los placeres de aquí! Pero nuestra patria está allí, y el dolor viene a recordárnoslo. Bendito mensaje del dolor, del llanto, de la cruz. ¡Felices los que lloran! Si supiéramos ver la mano del Padre que nos ofrece la medicina, no la rechazaríamos, ni patalearíamos como niños inconscientes. ¡Jesús, atravesado en la cruz hasta el Corazón, para indicarme la explicación de dolor y el camino del único consuelo!, descienda tu sangre hasta mis ojos ciegos, y haz que vea. Que veamos, Jesús. Parece que el Señor se ha acomodado en sus designios a nuestro modo de sentir. ¡Cómo gozamos del panorama del fresco de la altura, tras la fatiga de la ascensión. ¡La alegría del esfuerzo sostenido, de haber estirado las propias energías hasta el límite. La vivencia refrigerante, confortadora, después de una jornada llena. La paz tranquilizadora después de una tremenda tempestad.
¿Qué mérito tendría el que no trabajara, ni luchara, ni sufriera? ¿Qué gloria te daríamos sin cruz? ¿Cómo te demostraríamos de veras nuestro desplegar nuestro amor a Ti en obras de dolor, de alegre paciencia, de negación de lo más íntimo nuestro. Ahora vislumbro el significado de aquel “padecer y ser despreciado por Ti”. El sacrificio nos cuesta. Y nosotros estimamos lo que cuesta. ¡Qué bien nos conoces ¡ Escogiste la cruz para demostrarnos tu amor. Desde entonces, cuántos himnos de alabanza se han entonado en honor de la cruz, cuántos han ardido en ansias de padecer por Ti, cuántos han preferido las espinas a las rosas....... “Venían gozosos, porque habían sido encontrados dignos de padecer contumelias por el nombre de Jesús”. “¡Felices los que lloran, porque serán consolados!” ¿Quién lo había de decir? Consuelo en lo que el hombre detesta naturalmente, en lo que se esfuerza por huir y alejar de sí. Y no por masoquismo, sino por amor, por la fe y esperanza en Jesús. Serán consolados aquí, y sobre todo “el Cordero....... los conducirá a las fuentes del agua de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”. Virgen del mayor dolor, guía con tu dedo de madre, para que repase en mi interior lentamente esas tres verdades: que no es el placer de aquí nuestro destino; que son las manos del Padre las que me ofrecen la medicina de mi cáliz; que es una gracia muy grande poder pagar en una cruz el amor de Cristo crucificado. Hazlo así, Madre.
5ª.- FELICES LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA (Mt 5, 5)
Hay que seguir escuchando a los pies de Jesús. La palabra eterna de Dios se comunica con nosotros por sus labios humanos. Es Jesús, el que me ama hasta la muerte, el único a quién puedo confiarme sin medida. (Procura captar en su voz las modulaciones de su Corazón. Ellas explicarán mejor que otra cosa lo que nosotros necesitamos). “¡Felices los que tienen hambre y sed de justicia”. Los que tienen hambre y sed de justicia y no la encuentran a su alrededor, se desesperan. Es una pena que se pierdan porque les falta la fe y el consuelo de tu palabra: “Ellos serán consolados”. Es difícil, Señor, no rebelarse. Pero es mejor sentir junto a Ti la fuerza de tu bienaventuranza. He visto en el mundo muchas injusticias. No se paga al obrero lo necesario para una vida digna de un ser humano. No se le deja margen para que distienda su espíritu hacia las alturas a que está destinado. Se abusa de los débiles, de la mujer y del niño. Se defraudan los derechos de la propiedad privada. Se hace burla del anciano. Los poderosos se aprovechan de la impotencia del pobre. Se aprueba al que no se lo merece. La pasión, la envidia, el egoísmo, conculcan los derechos del prójimo. ¡Cuántos atropellos!. He visto y palpado la injusticia, y he sentido saltar a presión mi corazón, Señor: ¡Basta ya de tanta sinrazón! Pero quizás mi grito es un tanto estridente. Va mezclado con la amargura de una ira no santa Quisiera salir en defensa de los oprimidos, despreciando y oprimiendo a otros hombres también hermanos míos. Me excedo y falto yo mismo a la justicia. Exijo a todos el cumplimiento de las obligaciones; y en cambio, para mí nunca me falta alguna excusa y benevolencia. Reclamo respeto al derecho de los hombres, y me olvido del principal damnificado y fuente de todo derecho, de Dios tan ofendido.
No he reflexionado suficientemente en esa idea. Es Dios el principal injuriado. Dios tiene derecho a nuestro acatamiento, a nuestra justicia, a nuestra santidad. Son los derechos de Dios los que todo el mundo se atreve a conculcar, porque Dios omnipotente espera y tiene misericordia. Si he de tener hambre y sed de justicia total, he de empezar por tenerla con Dios. He de tener hambre y sed de santidad. La justicia debe descender en jerarquía desde Ti, Señor, su fuente, hasta todas las criaturas que participan de tus perfecciones personales. Ahora me convenzo, Señor, que no es el que más grita ¡justicia! El que más de veras la desea. Generalmente en el grito va la impaciencia, la injuria, la falta de misericordia. Y la justicia verdad es activa, sensata, eficaz, no es amarga, ni partidista, ni impaciente, ni violenta, es humilde, sabe de perdón, empieza por referirse a Dios, y hace que se sienta uno el primer obligado. ¡Si yo pudiera penetrar en el Corazón de Jesucristo, y saborear ese sentimiento de paz, de serenidad, de equilibrio, de ardiente fuego interno, y de bondad total, con que pronunciaba su sentencia; “Felices lo que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”! No me engañarían jamás otras falaces propagandas. ¡Espíritu Santo del Señor!, Tú que eres gozo espiritual, paz, paciencia, bondad,...... siembra en nosotros esa hambre y sed de justicia total que alentabas en el Corazón de Jesucristo. Que no nos contentemos con otra que con la que El nos enseñó. En ese Corazón tenemos prenda de que seremos saciados finalmente. Así sea. Así sea
6ª.- FELICES LOS MISERICORDIOSOS (Mt 5, 7)
Si alguna virtud yo siento más patente que otras expandirse, rebosar, llenar de consuelo, e imprimirse como un toque divino en el alma, cuando leo el Evangelio, es la misericordia. Tú perdonas. Y se llena tu boca de gozo y tu alma, perdonando. Disfrutas perdonando y repartiendo consuelo al que lo necesita. A nosotros, raquíticos, egocéntricos, ¡cuánto nos cuesta! Nos parece que vamos a perder perdonando. De lo más difícil de lograr es un perdón con olvido total: dar, no como el que se arranca un pedazo de su carne, sino como el que le rebosa su corazón dispuesto a la misericordia. A Ti te conmueve la viuda que llora a su hijo único, las turbas que caminan como ovejas sin pastor, el pueblo sin comer, la desgracia del paralítico, las llagas del pobre Lázaro, los pecados de la Magdalena, la vuelta del pródigo,...... y nuca acabaríamos, porque tu bondad no tiene fin. (Detente lo más posible en grabar en ti la imagen de Jesús misericordia) Y como eres así, quieres que sean así los tuyos. Tú no resistes al corazón duro que no perdona: “Si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados”. No pasas porque no perdonemos la pequeña deuda de nuestros hermanos habiéndonos condonado Tú nuestra deuda tan grande. Lo puedo experimentar en mí. Con qué cara me voy a presentar ante Ti, que me has perdonado tanto, tanto ....... No, no pueda acercarme a Ti si no he usado de misericordia con mi hermano. Pero Tú puedes remediar también mi falta de misericordia. Quisiera poner ahora ante mi consideración a todo el que de alguna manera me haya ofendido, hecho mal, lo que sea; para poder perdonarlo movido por tu misericordia. Tú sabes, Señor, también a cuantos dejé a mi lado, pasando de largo, porque me faltó riqueza de misericordia. Te pido hoy por todos; los tienes presentes. Quisiera poder hacer algo por ellos para reparar mi falta de amor en aquella ocasión. ¡Si siempre recordara tu palabra final: “Lo que hiciste con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Nos habrás juzgado entonces de cómo nos parecimos a Ti en la virtud de la misericordia. Con la misma medida con que midiéremos seremos medidos. Tú pasaste haciendo el bien, derramando bondad y perdón por todos los costados, y así hemos de ser los cristianos. ¡Qué otra cosa sería la sociedad, si tomásemos en serio nuestra obligación de misericordia! (Aquí puedo repasar las ocasiones diarias que a mí se me presentan: en casa, en el colegio, en la calle, en la Universidad, en mi trabajo, en los suburbios, en la catequesis, hospitales, prisiones,....... ¿cuánto puedo hacer, ahora o más adelante, por practicar la misericordia según el Corazón de de Cristo?) Señora, tú que sentiste vibrar al unísono del tuyo el Corazón de Jesucristo, mira compasiva a tus hijos que tratamos de acompasar los nuestros a ese su ritmo de misericordia, de esa misericordia que se anticipa, que le basta ver para conmoverse. Corazón de Jesús, paciente y de mucha misericordia, haz nuestros corazones de cristianos, como el tuyo. Mira que todos necesitamos alcanzar tu misericordia.
7ª.- FELICES LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS (Mt 5, 8)
Jesús se enfrentó un día a los fariseos y les aplicó la profecía de Isaías que dice: “Este pueblo me honra con los labios; pero su corazón está lejos de mí”.
Los hombres tenemos la terrible posibilidad de cubrir con buenas maneras nuestra ruindad interior. Podemos aparentar de fuera lo que no llevamos dentro. Y con eso, vamos engañando a los demás y hasta podemos engañarnos a nosotros mismos. Así, Jesucristo, que tan bien nos conoce, insiste en que hay que limpiar el corazón más que las manos: “Del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias,... Esto es lo que mancha al hombre”. La Palabra que Jesús desea es la sincera, la que brota del corazón. “Ha llegado la hora, y es ahora, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. ¡Ay de nosotros, cuantos somos sepulcros disimulados, y los hombres pasan por encima sin saberlo! No basta dar el diezmo de la hierbabuena o del comino. “Espíritu es Dios y conviene que lo adoren en espíritu y en verdad los que le adoran”. Siempre me he rebelado ante la farsa de una insignia sobre un corazón podrido. Aparentar lo que no soy me es despreciable. Y, sin embargo, ante los hombres pasa. Pero, ante Dios.....
¿Pretendo yo disfrazarme ante Dios? Señor Jesús, ¡sinceridad, pureza radical!, ¡de corazón! Si nuestro ojo fuera limpio, todo nuestro cuerpo sería limpio. El ojo del hombre es la intención. La intención, los buenos deseos, parten del corazón. Un corazón que copie la transparencia del tuyo.... Señor, cuesta limpiar el corazón. Está tan oculto, tan profundo, que fácilmente lo olvidamos preocupados de adecentar la fachada. Cuánto más me preocupo del deporte, de hacer músculos, aumentar energías, ganar peso, de la limpieza y de la higiene. Me parece lo más natural, indispensable. ¡Y el corazón! Me he preocupado muy poco de asear el corazón, de airearlo, de purificarlo. Y después de oír tu palabra, me parece esa labor mucho más indispensable.
Ante Ti, Señor, no vale lo de quedarse en el vestíbulo. Tú sabes distinguir los sepulcros blanqueados.
Si nuestro corazón fuera limpio, sería limpio todo nuestro ser. Adquirirían luminosidad nuestros ojos. Cada mancha que arrojamos sobre nuestra alma es una nube que nos impide ver con claridad. ¡Qué limpia u clara es la mirada de un inocente! Yo pienso a veces que los niños ven mejor que nosotros la realidad tal cual es; solo que les falta experiencia, relaciones de ideas, para poder explicitar lo que intuyen. La mirada virgen de San Juan fue la primera que descubrió la presencia del Señor, aquella mañana, junto al lago de Galilea. “¡FELICES LOS LIMPIOS DE CORAZÓN, PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS!”. La pureza nos hace descubrir a Dios fuera y hallarlo también dentro. Cuando el agua está clara refleja mejor al que se mira en ella. Ver a Dios en todas las cosas. ¡Véanle mis ojos! Es el anhelo de toda alma santa. Gozar de su presencia beatificante constituye nuestra suprema felicidad. Tan ligada está la pureza con la visión de Dios, que en el Cielo no podrá entrar nada manchado. Para purificar esas manchas leves está el Purgatorio. La pureza no sólo nos deja ver a Dios, nos abre las puertas del Corazón de Dios. Inmaculado Corazón de María, Madre nuestra, haz que de ti me enamore, que atraído por esa fuente limpia de tu vida, sepa en adelante jerarquizar los valores. Que no basta decir con los labios que sí, presentar un porte impecable y continuar por dentro nuestras relaciones apasionadas con cosas y personas.
Tiene que partir del corazón limpio de veras. ¡Madre Inmaculada.......!
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